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martes, 14 de abril de 2009

LA RINCONADA II (PERÚ) 2ª Parte

National Geographic. Enero 2009
LA RINCONADA II

R. S. C solo tiene nueve años, pero el dorso de sus manos está curtido como el cuero viejo. Es lo que sucede cuando una niña pasa el día picando piedras bajo el sol de los Andes. Desde que su padre cayó enfermo en las minas de La Rinconada, hace ocho años, su madre trabajaba 11 horas al día recogiendo piedras cerca de las minas y triturándolas en busca de motas de oro que hayan pasado inadvertidas. En las minas pequeñas, la búsqueda de oro es una actividad familiar. De los 10 a 15 millones de mineros artesanales que hay en el mundo, se calcula que un 30% son mujeres y niños. En la montaña que se yergue sobre la Rinconada, los hombres desaparecen en el interior de las minas, mientras sus mujeres se sientan delante de montones de piedras desechadas y las aporrean con mazos de dos kilos. Como no hay nadie que cuide a los niños, y hacen falta más ingresos, las mujeres de largas faldas y sombreros tradicionales a veces llevan consigo a sus hijos. El sistema del cachorreo que rige en las minas obliga a las mujeres a subir a la montaña. Al menos así se aseguran que los siete o ocho gramos de oro que encuentran cada mes ( unos 160 euros) vayan a parar a la familia, y no a los sórdidos bares y burdeles que atestan el barrio de peor reputación de la ciudad.
Sólo el oro, ese objeto de deseo y destrucción, podía haber creado un lugar de tan flagrantes contradicciones como La Rinconada. El número de minas que perforan el glaciar ha pasado de 50 a unas 250 en seis años. La Rinconada dispone de pocos servicios básicos: no hay agua corriente, ni alcantarillo, ni recogida de basuras, ni servicio de correos ni cuerpo de policía. La frenética expansión de la ciudad se ha visto impulsada por la convergencia de dos factores : el aumento del precio del oro y, en 2002, la llegada de electricidad. Ahora los mineros usan taladros neumáticos, junto con martillos y los cinceles. Las tradicionales trituradoras de roca, accionadas con pedales, han dado paso a pequeños molinos eléctricos. La electricidad no ha hecho más limpia la actividad minera; en todo caso, ha hecho que el mercurio y las otras sustancias tóxicas se liberen en el medio ambiente más deprisa que antes. Pero casi todos están de acuerdo en que La Rinconada nunca había producido tanto oro. Los cálculos varían entre dos y diez tonelada al año. Con un valor entre 60 y 300 millones de dólares. No es posible conocer las cifras con exactitud, porque gran parte del oro que se produce allí, oficialmente, no existe…
Muchos de los mineros de La Rinconada tampoco existen oficialmente. No hay nóminas, sólo bolsas llenas de piedras, y algunos de los dueños de las minas si siquiera se molestan en apuntar los nombres de los trabajadores. Naturalmente, los jefes pueden hacerse ricos con esa clase de trabajo servil. El director de una de las minas más grandes de La Rinconada dice que la suya produce 50 kilos de oro al trimestre, es decir, más de cuatro millones de euros al año. Con el cachorreo mensual, sus trabajadores consiguen por término medio unos diez gramos de oro cada uno, lo que equivale a unos 2.500 euros al año. Pese a la disparidad, los mineros no se rebelan contra el sistema: de hecho, prefieren la remota probabilidad de ganar una buena suma, intentándolo una vez al mes, que la monótona certeza de los salarios bajos y la pobreza crónica del campo. “ Es una lotería cruel, pero al menos alienta la esperanza”.
Los mineros sobrellevan la amenaza constante de muerte con estoico fatalismo : “Al trabajo me voy, no sé si volveré”, reza un dicho. De hecho, una muerte en la mina se considera un buen augurio para los que quedan. Los sacrificios humanos, practicados en los Andes durante siglos, se consideran aún la forma más elevada de ofrenda a la deidad de la montaña.
Las aguas residuales y la basura en las calles atestadas de gente son molestias menores en comparación con las toneladas de mercurio emitidas durante el proceso de separación del oro y la roca. Según los ecologistas peruanos, el mercurio vertido en La Rinconada y el vecino pueblo minero de Ananea está contaminando los ríos y lagos hasta la costa del lago Titicaca, a 250 kilometros de distancia.

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